Los humanos y los roedores presentan estructuras cerebrales similares que regulan la empatía

La insólita pelea entre la rata y la serpiente tiene un final inesperado

Quizá sea hora de replantearnos qué significa llamar «rata» a alguien.

Insólita lucha a vida o muerte que protagonizan la rata y la serpiente.

En las imágenes se aprecia como el roedor muerde en la cabeza al reptil, que tiene unas dimensiones considerables.

En un momento dado se ve lo que parece sangre de la serpiente.

Luego de vencer al reptil, la rata arrastra a la presa hacia unos matorrales al lado del camino donde se libró la batalla.

UN ROEDOR MUY HUMANO

Quizá sea hora de replantearnos qué significa llamar «rata» a alguien.

Investigaciones previas han demostrado que los roedores calumniados ayudan a sus compañeros en peligro y recuerdan a las ratas que las han ayudado y les devuelven el favor.

Un nuevo estudio basado en esta evidencia de empatía ha revelado que las ratas domésticas evitan dañar a otras ratas.

En el estudio, publicado en la revista Current Biology, adiestraron a las ratas para que empujaran una palanca y consiguieran un sabroso pellet de azúcar.

Si la palanca proporcionaba una descarga leve a una vecina, varias de ellas dejaban de empujar dicha palanca y cambiaban a otra.

La aversión a hacer daño es un rasgo humano documentado que regula una parte del cerebro denominada corteza del cíngulo anterior (CCA).

Los experimentos posteriores han demostrado que la CCA también controla este comportamiento en las ratas.

Esta es la primera vez que los científicos han descubierto que la CCA es necesaria para la aversión a hacer daño en una especie no humana.

La semejanza entre los cerebros de los humanos y de las ratas es «muy emocionante por dos motivos», cuenta el coautor Christian Keysers, del Instituto de Neurociencia de los Países Bajos.

Para empezar, sugiere que evitar perjudicar a otros es algo que está profundamente arraigado en la historia evolutiva de los mamíferos.

Es más, el hallazgo podría ejercer un impacto real en las personas que sufren trastornos psiquiátricos como la psicopatía y la sociopatía, cuyas cortezas del cíngulo anterior están afectadas.

Keysers explica que «actualmente, carecemos de medicamentos eficaces que reduzcan la violencia en poblaciones antisociales» y averiguar cómo aumentar la aversión de dichos pacientes a dañar a otros podría ser una herramienta potente.

Para el primer experimento, Keysers y su equipo adiestraron a 24 ratas de ambos sexos para que empujaran dos palancas diferentes. De este modo, conseguían comida hasta que los animales desarrollaban una preferencia por una palanca. Llegados a ese punto, los científicos cambiaban el experimento para que, cuando una rata empujara su palanca favorita y consiguiera su golosina, una rata vecina sufriera una descarga en el pie.

Cuando nueve de las ratas escuchaban a sus compañeras chillar como protesta, dejaban de empujar la palanca preferida de inmediato y cambiaban a la menos preferida, con la que también conseguían comida.

Las ratas del estudio mostraron respuestas diversas al experimento, algo que sorprendió a Keysers.

Por ejemplo, algunas ratas dejaban de usar cualquiera de las palancas una vez sufrían la primera descarga, aparentemente alteradas, mientras que otras se mostraban indiferentes pasara lo que pasara. Dicha variabilidad «también resulta emocionante, ya que sugiere que podríamos tener similitudes con diferencias individuales en humanos», cuenta.

Como en los humanos, la empatía de las ratas tenía su límite. Cuando se repitió el experimento con una recompensa de tres pellets, las ratas que antes habían cambiado de palancas y evitado hacer daño a sus compañeras dejaron de hacerlo.

«Me pareció entretenido, pero también tiene un toque de honestidad y verdad», afirma Peggy Mason, neurobióloga de la Universidad de Chicago que no participó en el estudio.

En la segunda parte del experimento, Keysers y su equipo usaron anestesia para aturdir temporalmente las cortezas del cíngulo anterior de las ratas que habían mostrado aversión a hacer daño. Cuando se repitió el experimento, las ratas aturdidas dejaron de ayudar a sus compañeras.

¿Egoístas o altruistas?

En general, los hallazgos plantean la incógnita de si las ratas están siendo egoístas (por ejemplo, por intentar calmarse) o si realmente intentan ayudar a sus compañeras.

Los conmutadores «les dan una experiencia indirecta que les resulta desagradable», afirma Mason. «Somos básicamente mamíferos del mismo modo que las ratas lo son, por eso es probable que nuestras motivaciones no sean diferentes».

Jeffrey Mogil, neurocientífico social de la Universidad McGill de Canadá, está de acuerdo en que se trata de un debate intrigante.

¿Son las ratas «realmente altruistas o lo hacen para reducir su propio sufrimiento porque se ponen nerviosas cuando ven a otra rata recibir una descarga? Al parar, ¿ayudan a la otra rata o se ayudan a sí mismas?».

Según Keysers, es una pregunta difícil de responder, aunque sostiene que los motivos por los que la gente hace buenas obras son igualmente complejos.

Añade que, sea cual sea la motivación, resulta fascinante que el impulso de evitar hacer daño a los demás tenga al menos 93 millones de años de antigüedad, que es cuando los humanos y las ratas divergieron en el árbol evolutivo.

Los humanos y las ratas somos similares en muchos más sentidos: por ejemplo, al igual que los humanos, las ratas pueden volverse adictas a las sustancias como la cocaína; son conscientes de su propio conocimiento, un concepto llamado metacognición; y muestran violencia cuando están hacinadas.

Según él, en un mundo tan lleno de conflicto «quizá resulte reconfortante que haya algo tan antiguo en nuestra biología» que en última instancia promueve la paz.

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