Generalísimo Franco: Y a los 42 años, 9 meses y 11 días resucitó

Francisco Franco ha vuelto de entre los muertos. Y lo ha hecho gracias al socialista Pedro Sánchez, cuya decisión que sacar el cadáver del dictador del Valle de los Caídos, entre fanfarrias de justicia histórica, es oportunista y estúpida.

En 2018 y contra todo pronóstico, el que fuese Caudillo de España, Faro de Occidente y otras movidas, ha vuelto de entre los muertos. Y lo ha hecho a los casi 43 años de ser embalsamado como una momia y enterrado bajo una losa de granito de varias toneladas de peso.

La jugada del socialista Sánchez, puro oportunismo político, es a la vez extemporánea, inútil e impúdica. Todo lo hace el ‘okupa’ de La Moncloa para situarse favorablemente en el espacio político de Podemos y tratar de estigmatizar al PP y a Ciudadanos con etiquetas infamantes

Los dictadores mueren dos veces. La primera muerte, la física, resulta más dolorosa cuando acaban su vida en el poder, porque muestra que solo la biología pudo derrotarlos. La segunda muerte, la definitiva, es la política: sucede cuando la figura del tirano y los efectos de su régimen dejan de ser operativos a todos los efectos.

Cuando se borran de la conciencia colectiva y del debate público, pierden todo valor referencial y ya no determinan ni condicionan nada ni a nadie. Primero muere el personaje; después, se desvitaliza su legado. Solo entonces puede decirse que el dictador y su dictadura se han extinguido.

Hace años que el recuerdo de Franco y del franquismo desapareció de nuestra vida pública como un factor activo de posiciones o de decisiones políticas. Ni importa subjetivamente a la inmensa mayoría ni, lo que es más relevante, importa objetivamente.

Nada de lo que ocurre hoy en España, ninguno de los debates que nos ocupan ni de los problemas que nos preocupan tienen que ver con aquel legionario de voz aflautada y ‘baraka’ inmensa.

«Atado y bien atado» quiso él dejar el futuro de España. Muerto y bien muerto quedó aquel propósito, porque su huella no es reconocible en ningún sector de nuestra sociedad.

Retomar a estas alturas el eje franquismo-antifranquismo como un elemento pertinente de clasificación política y restaurar al antifranquismo como épica para dar aire a un Gobierno escaso de oxígeno no es ningún avance. Es involutivo y esencialmente extemporáneo (lo contrario de contemporáneo).

Tuvo que llegar Pedro Sánchez a la Moncloa para otorgar a Francisco Franco la victoria póstuma de su resurrección política, con sus huesos convertidos en fetiche y toda España mirando a su tumba. En los dos últimos meses se han multiplicado las visitas al Valle de los Caídos, enhorabuena.

Quizá sacar esos restos de donde están, entregárselos a su familia y echar un discreto cierre al siniestro monumento sería un razonable acto de higiene. Pero todo su valor profiláctico desaparece cuando, por una parte, se maneja como un espectáculo circense dentro de un estudiado plan de ‘marketing’; y por otra, pretende instrumentalizarse para situarse favorablemente en el espacio político y estigmatizar a los adversarios con etiquetas infamantes. Si además se usa como coartada encubridora de la propia incapacidad, lo higiénico pasa a ser infeccioso.

Había muchas formas prudentes de conducir esta gestión. Pero el Gobierno de Sánchez ha elegido conscientemente la más polarizadora y divisiva. Con esa obsesión de la actual dirigencia socialista por hacer que sus rivales «se retraten», ha buscado hacerlo provocando un ‘show’ mediático y parlamentario. Y como cebo, un recurso normativo, el decreto-ley, manifiestamente inadecuado para la ocasión.

La trampa queda así tendida: consentir es dar por bueno un abuso constitucional (que hoy sirve para esto pero mañana se usará para cosas mucho más serias), y oponerse te hace sospechoso de franquista. La manipulación es tan obvia que resulta obscena.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Los vídeos más vistos

Lo más leído