Luke Hanoman, un británico de 28 años de Birkdale (Reino Unido), tenía un mal hábito muy común: se mordía las uñas. Esa mala costumbre, compartida por gran parte de la población mundial, casi le provocó la muerte en julio de 2017, según el Daily Mail.
Estuvo peleando contra los síntomas dos semanas hasta que su madre llamó a urgencias porque había dormido muchísimas horas y seguía sin despertar. En el hospital descubrieron que estaba cerca del choque séptico, una reacción anómala del cuerpo a una infección que pone en riesgo la vida.
«Me dijeron que tenía suerte de estar vivo. Cuando finalmente atacaron la infección del dedo salió muchísimo pus», recuerda Hanoman. Estuvo cuatro días bajo vigilancia intensiva en el hospital.
El choque séptico es un tipo muy grave de septicemia, que la RAE define como «una infección generalizada producida por la presencia en la sangre de microorganismos patógenos o de sus toxinas». Ocasiona un elevado número de muertes al año; sólo en España unas 17.000, de 50.000 que la sufren.
Cualquiera puede sufrir septicemia pero las víctimas más comunes son los enfermos recién operados, los que han tenido insertado un catéter o los que hayan estado hospitalizados mucho tiempo, así como aquellos con inmunodeficiencias, pacientes de quimioterapia, embarazadas, ancianos y lactantes.