"No entiendo a los jóvenes que creen que la violencia es la solución"

Catalán Deus: ‘Mea culpa’ de un maoísta’

Lo que hemos vivido en las últimas décadas en este país es una aventura colectiva que parece increíble, y es más interesante y conmovedora que cien novelas juntas.

Cientos de historias personales, decenas de proyectos antagónicos se entrecruzan y complementan creando un fresco social que nunca antes se había examinado en su conjunto.

Es medio siglo en nuestras vidas, lo que hicimos entre todos y lo que ha quedado.

Las seis etapas de esta crónica:

  • Tomo 1. Los años 60: El nacimiento de una quimera Los prochinos. Mayo del 68. El Proceso de Burgos.
  • Tomo 2. Los primeros años 70: Afanes de juventud Por la senda revolucionaria contra el franquismo. Aquel Primero de Mayo. La muerte de Cipriano Martos
  • Tomo 3. 1974: El año decisivo Proclamación del FRAP. Presidente Vayo. Entre el magnicidio de Carrero y el garrote de Puig Antich
  • Tomo 4. El largo verano del 75: Madurez de sangre Violencia, tiros y fusilamientos del 27 de Septiembre
  • Tomo 5. Los males años 70: La chispa que no prendió Agonía de Franco y difícil Transición
  • Tomo 6. A partir de los años 80: Metamorfosis, azar y destino El relevo de los grapo. 23-F, 11-M, 15-M… Entre Juan Carlos I y Felipe VI

Una crónica de 50 años en la izquierda española

En 1966 Marcelino Fernández, secretario de la dirección, recibió la propuesta de enviar a Pekín un cierto número de cuadros del Partido Comunista Español para que leyesen semanalmente las correcciones de pruebas del Diario del Pueblo (edición castellana), fuesen testigos de la situación en China y recibiesen formación política. Los gastos corrían de cuenta del Partido Comunista Chino.

“El comité central propuso que fuese yo el jefe de la delegación”, recuerda sobre aquellos días Julio Ferrer Alejandro.

“Estaba formada por cuatro personas de la dirección: conmigo iban un estudiante, un obrero agrícola y una muchacha, súbdita sueca, miembro de la organización Clarté de Suecia y que asiduamente había colaborado como correo y enlace llevando mensajes al interior, a la organización de Madrid.

Oficialmente, era mi novia. Salimos de París el 9 de julio de 1966, y llegamos a Pekín con los transbordos unas 36 horas más tarde.

Nos recibió una pareja de funcionarios con intérprete y chófer, y en un coche oficial llegamos a una residencia cerca del centro.

Nos retiraron la documentación y recibimos 70 yuanes (equivalente al salario mensual de un obrero especializado). (…) La residencia era un recinto absolutamente cerrado por sólidos muros de ladrillo de más de tres metros de altura. Para entrar y salir era necesario pasar un control como en una cárcel, que no permitía ver nada de lo que pasaba extramuros, ni desde fuera nada en el recinto. En el interior, el pabellón era de gran lujo.

Mi impresión, recién salido de la cárcel de Carabanchel, era que estaba de nuevo preso, en una cárcel de lujo, pero preso y desde luego vigilado. No hay palabras para expresar mi decepción. Afortunadamente lo que se escribe en cierto modo queda, pero evidentemente para mí fue una gran pérdida sobre todo moral y un desengaño político”.

Otro problema para Ferrer fue la negativa de los funcionarios a permitirle que compartiera una habitación con su compañera, “por no estar oficialmente casados. Era una paradoja que el problema de la mojigatería de la España de Franco hacia las parejas en los hoteles de la época apareciese ahora como un déjà vu ¡en la China comunista! El segundo conflicto se produce con la comida europeizada que nos sirven. El tercer conflicto se produce al recibir primero largas al asunto, luego negativa cortés pero rotunda, de dejarnos leer periódicos extranjeros (incluso comunistas) y de poner a nuestra disposición una radio para oír noticias. El cuarto conflicto se produce al querer yo visitar a un compatriota, residente en Pekín. Negativa rotunda sin argumentos. El aislamiento se interrumpe cada semana con tres visitas organizadas, para asistir a la Ópera de Pekín, ver películas, por supuesto revolucionarias y chinas, y visitar la plaza Tiananmen, la Ciudad Prohibida, los museos. Veía con enorme congoja cómo se estaba destruyendo el Pekín antiguo para construir, me decían, el Metro y enormes carreteras”.

La delegación española permanece totalmente ignorante de lo que está pasando en esos momentos en China, el lanzamiento de la Gran Revolución Cultural Proletaria, un terremoto social que sacudirá el país durante dos años y que constituye una de las mayores conmociones del siglo pasado, aún pendiente de conocer en muchos aspectos.

“En estos días, nos sacan de paseo ante nuestras insistentes protestas y vamos en el coche oficial a visitar el Parque Zoológico. En una carretera un grupo de chavales y chavalas de 15-16 años, con brazaletes rojos, paran el coche y nos ponen una especie de Kaláshnikov en las narices.

“Entonces, yo intervengo en chino: Jen Jao! Jen Jao! Mao Xu zi! Wang Ché! ¡Viva el Presidente Mao! Es el Ábrete Sésamo. Nos abrazan sonrientes. Y nos dejan pasar. (…) El 25 de septiembre de 1966 termina nuestra estancia y como colofón, me confiscan todas las fotografías, abriendo y exponiendo todos los carretes y me quitan todos los apuntes que había pacientemente escrito. Incluso dibujos completamente inocuos (sin valor estratégico, que motivase tales medidas)”.

“En su conjunto, el balance político-social de todos estos episodios, era bastante negativo, en definitiva, yo pensaba a veces que estas turbas iban a asaltar el recinto y nos iban a dar el paseo. Era una sensación de miedo físico, de posible liquidación, bastante más alarmante que los momentos vividos de la crisis de Cuba en Carabanchel, cuando Javier Pradera y Sánchez Dragó afirmaban que nuestra seguridad física estaba en peligro. (…) Fue una crisis mental tan grave como la pérdida de la fe católica. En realidad, mucho peor, pues la alternativa marxista leninista era fruto de mi reflexión personal, no de creencias impuestas por la educación. Por ello, en lugar de pedir un billete de regreso a París, pedí un billete de regreso a Estocolmo”.

Julio Ferrer huye espantado de lo que ha visto en China, como Paulino y sobre todo Lorenzo vuelven desencantados, pero callan: los simpatizantes prochinos europeos y españoles sólo reciben propaganda embellecedora de lo que está sucediendo. Y no quieren saber otra cosa.

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