Al borde del desalojo Manuela y Adrián sobreviven con harina y agua

Manuela y Adrián son una pareja que están atravesando una situación límite y si nadie lo impide van a acabar en la calle. Como en otras ocasiones, avalaron a su hija y cuando ella fue desahuciada, el banco les reclamó el piso que habían heredado de sus padres. Se alimentan de un engrudo de harina y agua y de espárragos silvestres que coge  su marido.

Viven en el Barrio de San Blas en Madrid. Manuela nos abre una puerta que ya no es suya. Nos recibe con la luz que entra por la ventana porque la eléctrica se la han cortado por impago. No por repetida su historia es menos dramática. En 2005 avalaron a su hija para comprar un piso, pero cuando ella y su yerno no pudieron pagar mas, fueron desahuciados y ellos perdían la casa que Manuela había heredado de sus padres. «Nos engañaron. El tasador valoró la casa en 280.000 euros cuando ahora mismo el valor de la casa no supera los 60.000 euros».

Su drama económico se agrava por el desencuentro familiar. La hija a la que trataron de ayudar, lleva meses sin hablarles, aunque ella no quiere hablar del asunto. «Todo se debe al maldito aval», dice.

Tienen 57 y 59 años. Pronto para jubilarse pero tarde para encontrar trabajo. Adrián se empleó durante cuatro décadas como montador de pladur, pero como autónomo fue despedido sin indeminación y poco a poco sus ahorros se agotaron.

Su situación es límite. Sin ingresos económicos, solo cuentan con una bolsa de comida que una parroquia les entrega. Sobreviven a base de un engrudo de agua y harina. Adrián sale cada día a buscar trabajo y algo que comer. Recoge espárragos silvestres. Paseando consigue despejar su mente «si me quedo en casa mirándonos la cara me pongo a llorar y no paramos», dice Manuela.

 

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